La mística Turquía es el escenario perfecto de los amores imposibles; un lugar que invita a vivir las mil y una noches. Tantos son sus atractivos, que uno no sabe bien por cual comenzar. Por si te faltan razones para visitar Turquía, te ofrecemos una serie de pistas sobre lo que no puedes perderte en un viaje por esta enigmática tierra.
1. Por su capital, Estambul
Es esa urbe donde todo empieza y no acaba, donde nadie pierde nunca la sonrisa. En sus calles huele a mil especias diferentes, las que colorean los puestos de sus interminables bazares. Sobresale, entre todos, el Gran Bazar, uno de los más antiguos del mundo. Viene a ser como una pequeña ciudad dentro de otra, en la que trabajan, cada día, más de diez mil personas. Aquí es obligatorio practicar el arte del regateo, siempre acompañado de una taza de té.
No hay que olvidar Santa Sofía, obra maestra de la arquitectura, iglesia durante casi mil años, mezquita durante cerca de medio siglo. Tal es su tamaño que podría albergar la bella Catedral de Notre Dame de París. Aquí todo es a lo grande. Frente a ella, cruzando la plaza Sultanahmet, se encuentra la Mezquita Azul. Su cúpula y sus minaretes son visibles desde cualquier punto de la ciudad. Bendito faro que guía a los fieles hacia la que es la mezquita más importante de Estambul. Uno de los símbolos más claros de la grandeza del Imperio Otomano es el Palacio Topkapi. Su impresionante muralla, de 5 kilómetros, da una idea de la magnitud del complejo, en el que destaca el harén, la zona en la que residían las mujeres, un suntuoso laberinto arquitectónico de trescientas habitaciones primorosamente decoradas con frescos y azulejos de vivos colores.
2. Porque hay lugares hechos para ser vistos desde el aire
Desde ahí arriba, nada parece igual. La mejor forma de conocer la belleza del paisaje turco es desde el aire. Cappadocia, Patrimonio de la Humanidad, es una fascinante formación geológica donde uno olvida que está en la Tierra y cree estar pisando la Luna. Las caprichosas formaciones rocosas de este rincón situado en la región central del país dejan sin habla. La madre naturaleza ha moldeado a su antojo el paisaje, dando lugar a un valle en el que la imaginación no encuentra límites. Tesoro mundial, sorprenden las iglesias excavadas en la misma roca en zonas como Göreme.
Göreme, un espectacular paisaje lunar.
3. Por su Castillo de Algodón
Es un pedazo de cielo en la tierra. Situadas a 200 metros de altura, parecen obra de un milagro. Sus aguas, ricas en roca caliza, bicarbonato y calcio, tiñen el paisaje de blanco, otorgándole, además, una peculiar textura. Parece que estamos ante un paisaje congelado, pero nada más lejos de la realidad, ya que las aguas termales de Pamukkale brotan a una temperatura de 35º, invitando a sumergirse en ellas y alejarse del mundanal ruido.
4. Por Éfeso, la gran ciudad clásica
¡Pero qué fachada! Aunque hoy solo queda la pared frontal de la Biblioteca de Éfeso, esta se alza imponente, robando las miradas. En su momento, albergaba unos 12.000 manuscritos en los que quedaba plasmado el saber de la época. Puro paraíso para los viajeros bibliófilos, su impresionante estructura da la bienvenida a la ciudad que mandó levantar Androclo, hijo del último rey de Atenas.
Éfeso es griega y también romana; es la ciudad antigua mejor conservada de Asia Menor. No faltan en ella las termas o los numerosos templos, destacando el Templo de Adriano y el Templo de Artemisa, así como el Gran Teatro, que tenía cabida para veinticuatro mil espectadores. Pero en Éfeso también hay que visitar la Casa de la Virgen María, donde la historia dice esta pasó sus últimos días acompañada de San Juan Bautista. Esta ciudad de la costa turca, también sedujo a Marco Antonio y Cleopatra, que hicieron de ella uno de sus refugios.
5. Para aprender a danzar (y meditar) como los Dervishes
Es una forma de meditación sagrada, un camino que conduce al éxtasis. El ritual, compuesto por siete fases, hipnotiza al espectador. Las túnicas blancas se mueven al compás de los danzarines, que giran y giran sin parar sobre sí mismos y alrededor de la pista. Este es uno de los bailes folclóricos más conocidos de la región, pero, sin duda, la noche turca aguarda aún más sorpresas para todo aquel que se atreve a descubrirlas. Y es que, ya lo decía Napoleón, si el mundo fuese un solo estado, Estamul sería su capital. Ciertamente, la ciudad pide al regreso antes, incluso, de decirle adiós.